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El blog de Pepe Mendoza

YO FUI A LA FP

YO FUI A LA FP

Es un día sin fechar de primeros de septiembre de 1977. Aún no ha amanecido. Decenas de adolescentes de las localidades de Chiclana y Rota se hacen los remolones en sus camas. Cuesta la misma vida madrugar para empezar un nuevo curso escolar, tras las vacaciones de un verano en el que Mazzinger Z ha sido el amo del espacio y Rafaella Carrá la reina de las discotecas gracias a una fiesta que por lo visto fue fantástica. Los españoles mayores de veintiún años han descubierto también hace apenas tres meses la fiesta de la libertad, eligiendo a sus representantes por primera vez desde la Segunda República. Los tiempos, tiene más razón que un santo Bob Dylan, están cambiando. Aunque Gila asegura que da gustirrinín utilizarlas, los jóvenes españoles han decidido hacerle el boicot a las Filomatic. Y a las barberías. Se llevan los pantalones con unas campanas como las de la Iglesia Mayor de grandes. Y la lotería familiar de toda la vida se ha externalizado: ahora se llama bingo y hay uno en cada barrio.

Como todos los veranos de entonces, el de 1977 ha durado una eternidad. Pero septiembre ha llegado por fin para anunciar que la uva está más o menos madura y que la cosecha va a ser abundante y de buena calidad.

Los chavales y chavalas protagonistas de esta historia apenas han desayunado, nerviosos ante una  nueva etapa académica y vital que los va a llevar en los próximos años a una ciudad cercana que la mayoría apenas conoce. Con una libreta y un bolígrafo en la mano salen de casa, tras recibir los sabios y casi siempre ignorados consejos de las madres que los parieron hace,  más o menos, catorce años. Ten mucho cuidado que esto ya no es la EGB;  entérate bien de los libros que tienes que comprar; niña, ponte un rebequita que tan temprano hace fresco; toma hijo dos duros para que te compres un bocadillo en el recreo... Con la ciudad todavía a oscuras se encaminan hacia  la parada en la que varios autobuses calientan sus motores antes de partir hacia El Puerto de Santa María.

Mientras ellos viajan soñolientos e inquietos, decenas de chavales portuenses oyen sonar un despertador parecido y son zarandeados por unas manos parecidas para que se levanten y empiecen la misma liturgia que chiclaneros y roteños han acometido hace apenas una hora. A las ocho, en cualquier caso, ya con el Sol perfectamente maqueado brillando encima de la Plaza de Toros, como brillaba Travolta en la pista de baile de Fiebre del Sábado Noche, los muchachos y muchachas de esas tres ciudades formaran en el patio bajo las órdenes de los que van a ser sus profesores. “Los de la rama de Electrónica, Electricidad y Automoción, se vienen conmigo para el patio de los talleres. Los de la rama Administrativo y Comercial, se quedan aquí, por favor”.

Con cada uno ya en su clase y Dios en la de todos (ellos aún no lo saben, pero las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia van a ser, sobre todo, una familia cristiana bien avenida), los futuros Administrativos empiezan a oír unas palabras rarísimas que parecen sacadas de La Guerra de las Galaxias. Cálculo Mercantil, Técnicas de Comunicación, Prácticas de Oficina, Humanística, Mecanografía, Taquigrafía…  La más rara de todas es, con diferencia, Estenotipia, que más bien parece una enfermedad que una asignatura.

Pasó ese día primero, y pasaron cientos, miles de días más persiguiéndose y persiguiéndonos, la vida corriendo que se las pelaba (aunque de eso fuimos conscientes muchos años después),  como cabalgábamos a lomos de aquella Olivetti 98 en la que había que alcanzar como mínimo 250 pulsaciones por minuto. La publicidad de las academias de la época decía que escribir a máquina era “una condición indispensable para obtener un trabajo con futuro”. Escribimos muchas cartas comerciales y algunas cartas de amor y algunos poemas desesperadamente malos. Descubrimos que los asientos contables no tenían patas, y que Caballero, además de un ponche, era también un método para aprender Taquigrafía. Y que además del cálculo que se les metía a los mayores en los riñones, había uno mercantil que nos metían a nosotros por las tardes y nos fastidiaba la sana costumbre de bajar a la plazoleta después de comer.

Es 30 de septiembre de 2017. Han pasado cuarenta años. Los chavales y chavalas de entonces vuelven hoy a verse para celebrar y rememorar aquellos maravillosos años. Algunas cosas han cambiado. Han cambiado el comedor y el bar de Pepe por el Hotel Las Dunas de San Antón, en el que van a almorzar entre sonrisas, lágrimas y recuerdos.  Han cambiado la gimnasia por el gimnasio. Han cambiado la ginebra de garrafón por una en condiciones. Han cambiado sus vidas de estudiantes por unas vidas laborales más o menos estables. Muchos han sido padres y madres, algunos son ya también abuelos. Don José Matiola y Don Julio Calzado profesores entonces, que también han querido sumarse a la fiesta, son hoy los amigos Pepe y Julio. Algunos compañeros partieron demasiado pronto hacia esa casa común más allá de las estrellas en la que un tal Jesús nos prometió que volveremos a vernos.

Pero en lo esencial, nosotros, los de entonces, los adolescentes de Chiclana, Rota y El Puerto que aquel día de septiembre coincidimos por primera vez, seguimos siendo, más o menos, los mismos. Alumnas y alumnos agradecidos (uno nunca es ex-alumno de la escuela donde descubrió el conocimiento, la amistad y el amor) de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia.

Yo fui a la FP. No sé qué hubiera sido de muchos de nosotros si aquella uva nueva no hubiera recalado en la viña de SAFA, en aquel  lejano y a la vez reciente mes de  septiembre de 1977. Si no hubiéramos formado parte de la estupenda cosecha en la que vivimos juntos la primera vendimia de nuestras vidas.

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