UNA CIUDAD ANORMAL
El pasado sábado, el Gran Puerto de Santa María, tal como lo rebautizó Alfonso X El Sabio al otorgarle la categoría de Ciudad, cumplió 736 años. El 16 de diciembre de 1281, la concesión de una Carta Puebla, una especie de estatuto de autonomía local que es considerado nuestro texto fundacional, reguló administrativamente el término geográfico y los recursos propios, facilitó el asentamiento de nuevos vecinos y eximió a los comerciantes que ejercieran aquí su trabajo de muchas de las tasas que debían abonar a la Corona. El Sabio, que tiene apodo de peón de confianza de torero antiguo más que de Rey, pasó a la Historia, si se nos permite la licencia, como nuestro primer concejal de fomento.
Es una lástima que el cumpleaños pase cada diciembre desapercibido para la práctica totalidad de los oriundos del lugar. Ni siquiera las autoridades municipales nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Hace apenas dos semanas, sin embargo, celebraron con gran profusión de medios el 350 aniversario de la llegada de la primera delegación diplomática rusa a nuestra ciudad, y le levantaron un monolito y nos hicimos amigos de la Asociación Española de Cosacos del Volga, que a mí me suena a chirigota mala que no pasa de preliminares, ustedes perdonen la frivolidad.
Una ciudad normal, con ciudadanos con la autoestima y el orgullo de pertenencia comunitaria a niveles normales, con políticos comprometidos y con un conocimiento de la realidad local más o menos normal, igual estaría a esta hora del sábado en el que escribo esta columna celebrando en la calle tan insigne efeméride. Como hacen con gran éxito de público y crítica pueblos muchos más modestos de la provincia. Una ciudad normal quizá uniría nuestro nacimiento como Ciudad con el nacimiento el mismo día de su hijo más ilustre, Rafael Alberti, el marinero en tierra de nadie que incomprensiblemente aún no tiene una ruta literaria y sentimental como la que tienen escritores con menos prestigio en otras localidades.
Pero esta ciudad y sus gentes no hemos sido nunca muy normales. Los nacidos en este melancólico lugar llevamos tatuado en el genoma comunitario la indolencia y la ingratitud con las cosas nuestras. Con las cosas de todos.
Feliz cumpleaños, en cualquier caso, a la ciudad luminosa que deslumbró a Alfonso X, el sabio toledano que hace siete siglos y pico creyó en nosotros más que nosotros mismos.
0 comentarios