EL DÍA QUE FORGES ME LLAMÓ POR TELÉFONO
En 1995, mi amigo Rafa Travieso, enfermero y pacifista, valga la redundancia, se declaró insumiso al servicio militar obligatorio. Por aquel entonces, negarse a formar parte de la sinrazón de la guerra se castigaba en este país con dos años de cárcel y de diez a catorce años de inhabilitación absoluta. Para complicarse la vida de esa forma, como en la canción de Radio Futura, hacía falta valor. Y valores. Un montón de valores.
Como había que dar a conocer la causa de Rafa y luchar contra su más que previsible entrada en el trullo, unos cuantos sospechosos habituales montamos un grupo de apoyo. Se trataba de contarle al mundo que nuestro amigo era un tío cojonudo, el yerno que toda suegra le gustaría tener, un tipo al que cualquiera le compraría un coche de segunda mano. Un ATS que cuando salía de su trabajo visitaba por amor al arte de sanar a los enfermos del barrio, un cristiano que vivía en pie de paz, un militante comprometido con las causas de los más desfavorecidos. ¿Cómo iba a dar con los huesos en la cárcel alguien con ese brillante currículum vital?
Cuando repartimos las tareas en el grupo, a mí me tocó el Negociado de Asuntos Exteriores. Una de las iniciativas fue escribirles a personas de reconocido prestigio que pensábamos que podían solidarizarse con Rafa y con el movimiento de objeción de conciencia. Como entonces no había ni Internet, ni Twiter, ni Facebook, ni Change.org, me harté de echar horas extras. Qué dura era la vida del activista social en el siglo pasado. Pero también tenía, reconozcámoslo, sus recompensas. En aquellos días era recibido en el estanco de la esquina de mi casa con honores de Jefe de Estado: me veían llegar y se volvían locos contando sobres y cortando sellos. Confeccioné, también, el primer mapa físico local de buzones de correos. Me aprendí de memoria los domicilios, códigos postales incluidos, de todas las televisiones, radios y periódicos. Y en un acto de patriotismo cultural sin precedentes, fruto de la necesidad de conseguir firmas al por mayor, multipliqué por cien el número de intelectuales de este país. Pero como nos temíamos, la respuesta fue pobre. Es sabido que la mayoría de los escritores han venido a este programa al que llamamos vivir exclusivamente a hablar de sus libros. Hubo, eso sí, dos sorpresas maravillosas que nos alegraron aquellos días de zozobra por el futuro de Rafa.
Andaba yo una tarde en plena faena de cepillado de dientes cuando sonó el teléfono. Estaba solo en casa, así que no lo cogí. Es de mala educación hablar con la boca llena aunque sea de dentífrico. Volvió a sonar segundos más tarde y pensé que podía ser algo urgente. Descolgué intentando no manchar el auricular de Colgate y al otro lado alguien dijo: “¿Pepe Mendoza?” “Ji”, contesté intentando no tragarme la pasta. “Soy Manolo Vázquez Montalbán”. “Home, Malolo”, se me ocurrió decirle ya con un río blanco de espuma bajándome por la barbilla. “Te llamo para decirte que podéis contar con mí apoyo. Y agradécele a Rafael Travieso de mi parte su valentía y su compromiso”. “Gasia a di”, me despedí ya completamente convencido de que Vázquez Montalbán colgó pensando que en el juicio a Rafa la fiscalía terminaría añadiendo como agravante en su contra el que yo fuera el portavoz del grupo.
La segunda sorpresa sucedió unos días más tarde. Llegué de trabajar y la luz roja del contestador parpadeaba. Le di al play y esto fue, más o menos, lo que escuché: “Buenas tardes, Pepe, soy Forges. Toda mi solidaridad con el insumiso Rafa Travieso. Para cualquier cosa que necesitéis, solo tenéis que llamarme. Mi número de teléfono es…. Aquí está el tío para lo que os haga falta. Un abrazo”. Aluciné. Nervioso, le devolví la llamada, esta vez ya con la boca completamente vacía y con algunas frases garabateadas en un papel para no volver a hacer el ridículo. Saltó su contestador con una bienvenida divertidísima que bien podían haber grabado la Cosma o la Blasa. Le di las gracias por haber llamado, por el detallazo de dejarnos su número de teléfono y por su apoyo.
Conservé su mensaje durante muchos meses hasta que se me estropeó la cinta de casete pequeñita que entonces tenían incorporados los contestadores. Lo escuché muchas veces sonriéndole a las criaturas tiernas, lúcidas y críticas de sus viñetas, que yo pinchaba en el tablón de corcho que tenía justo detrás del teléfono. Tengo abierta ahora la carpeta roja en la que las guardo. En una que le regalamos enmarcada a mis amigos Ángel Angulo y Miguel Vallecillo, dos frailes se asoman a un pozo y gritan: “¡¡¡Satanás, capulloooooo!!!”. Forges era, ha dicho su hermana Berta, la conciencia de la gente buena. En muchas de sus viñetas, digo yo, daban ganas de quedarse a vivir.
“Aquí está el tío, para lo que os haga falta”, dejó grabado en el contestador de mi teléfono aquella mañana de otoño de 1996. Se ha ido en el momento en que más falta nos hace.
P.D.: El juicio a Rafa Travieso se celebró 15 de septiembre de 1997. Lo defendió el franciscano y penalista Ángel Angulo. Ingresó en prisión el 3 de octubre de 1997. En esa fecha ya era padre de una hija, Lucía, que entonces tenía un año. Estuvo dos semanas encarcelado en Puerto II y 9 meses en régimen de tercer grado. Dos décadas después, sigue creyendo, como Forges dibujó a ras de cielo en una de sus viñetas, que no hay guerras justas ni guerras injustas. Que solo hay malditas guerras.
2 comentarios
Pepe Beunza Vazquez -
Envío a Juan Jose (el hermano de Rafa) la carta que me escribió a mi cuando estaba en el Sahara. En aquella época no era fácil apoyar por escrito a un objetor condenado. Un abrazo muy fuerte.
Rafael -
No tengo palabras para agradecer vuestro apoyo a Inma y a mí y vuestra solidaridad con nuestra desobediencia noviolenta a los ejércitos y sus malditas guerras.
Copio ese interminable bocadillo de las viñetas de Forges: Pero no te olvides de Haití, (a todas las víctimas de la injusticia y la barbarie).