RELATO DE UNA NAUFRAGIO
Es posible que la historia que voy a contarle le baje las defensas por mucho Actimel que tome. Así que aún está a tiempo de abandonar esta columna y buscar cositas más livianas. Si, pese a la advertencia, prefiere seguir leyendo, luego no diga que no le avisé.
El pasado 20 de enero el periodista Darío Menor, de El Ideal de Granada, publicó un reportaje que yo no he visto recogido en ningún medio de comunicación nacional de nuestro país, enfrascados como estamos en temas tan trascendentes como descifrar qué servidor público tiene la cara más dura y la bandera más larga. La crónica es el pan nuestro de cada día. La sempiterna noticia del naufragio de una barcaza atestada de desgraciados. Ocurrió el 18 de abril de 2015, en el Canal de Sicilia. Murieron más de mil inmigrantes. Más o menos, pues en este tipo de tragedias nunca se sabe el número real de desaparecidos. Gente que se juega la vida para vivir en condiciones. Pecata minuta. Nada nuevo bajo el sol y bajo las fosas sépticas del Mediterráneo. O quizás sí.
Nos cuenta Darío que entre los cadáveres que pudieron ser rescatados, a la forense encargada de realizar las autopsias le llamó la atención el de un niño. Un niño que, debido al desarrollo de sus huesos, determinaron que tenía en torno a 14 años. La sorpresa vino cuando empezaron a desvestirlo. La médico palpó que dentro de un bolsillo de su chaqueta había algo cosido, duro y cuadrado. Lo cortó desde dentro para no dañarlo. “Me encontré entre las manos con un pequeño haz de papeles con varios estratos. Traté de separarlos sin que se rompieran y luego leí: Boletín Escolar”, declaró la forense. Era el expediente académico de secundaria del chaval, escrito en francés y en árabe. Un brillante expediente académico, con notazas en matemáticas y física.
Leí la noticia ayer, en el blog del juez Emilio Calatayud, y me puse a llorar como una Magdalena.Imaginé al adolescente preparando días antes el viaje de su vida. Lo vi sonreír ilusionado, mientras cosía al bolsillo de su chaqueta su boletín de notas. Pude sentir su orgullo de pobre, su dignidad de niño responsable y trabajador, su esperanza de llegar sano y salvo a esta Europa vieja y despiadada para poder mostrar sus excelentes resultados en las escuela. Lo oí hablar ante el funcionario que lo atendía a su llegada, presumiendo de que ya no era un niño, sino un adulto del que se podían fiar. Un hombrecito honrado que merecía una oportunidad en el paraíso al que acababa de llegar. Busqué su nombre en el artículo para memorizarlo y que no lo borrara el viento del olvido, pero no venía.
Contad esta historia a vuestros hijos y alumnos, dice el juez Calatayud en su blog. Contársela sobre todo a los ninis que no estudian y trabajan porque no les da la gana. Se lo debemos a ese niño de 14 años que quería enseñarnos sus buenas notas para poder quedarse con nosotros.
Y vamos a contárnosla también a nosotros mismos, añado yo. Para sentir al menos, si aún nos queda algo de compasión, el naufragio interior de la vergüenza.
1 comentario
Luz García Martín -
No obstante, tienes que ser muy frío y calculador como para que esta historia de te cale bien dentro.
Yo controlaría a los mal nacidos que les cobran a estos seres humanos por meterlos en pateras y enviarlos a la aventuras para hacer responsable a los gobiernos de la otra costa de Europa