VIDAS DE PAPEL
A estas alturas de la vida, de los libros y de sus autores puede decir uno más cosas que de algunos familiares cercanos. No vamos a idealizar esas amistades porque también tienen sus cosas, como todos, pero son gente de bien que estuvieron cuando había que estar. Por alguna extraña carambola del destino, un día coincidiste con ellos en algún cruce de caminos y se quedaron contigo para siempre. Cuando los saludaste por primera vez tal vez te sentías solo, quizá deprimido, pero unas palabras suyas bastaron para hacerte sonreír, para ofrecerte compañía o una esperanza a la que agarrarte.
A mí esos amigos me han salvado la vida muchas veces. Para ayudarme a sobrellevar un taciturno amor de juventud, un domingo luminoso apareció por mi cuarto Florentino Ariza y me preguntó si había visto a Fermina Daza, a la que llevaba medio siglo buscando en medio de un amor que había sobrevivido en los oscuros tiempos del cólera. Una mañana de invierno de hace más de treinta años, navegando a la deriva, me encontré en medio del mar con Santiago, un viejo pescador que luchaba sin desfallecer contra un pez de espada que era más grande que su barca, mientras me hablaba con su ejemplo de la obligación moral de no rendirse nunca ante las adversidades. Recuerdo también aquel atardecer lejano en el que un tal Rafael, un vecino de aquí con más vidas que un gato, me sacó de paseo por mi pueblo y me llevó a un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas al que llamaba La Arboleda Perdida.
Merece la pena frecuentar a diario esas viejas amistades de toda la vida que ya forman parte de lo mejor de uno. Colarse, como Alicia, por un agujero blanco y echar los sueños y las emociones a volar. En defensa propia. La vida es muy corta, pero hay días malos que se hacen larguísimos en los que todos necesitamos que nos rescaten de una reunión de la comunidad de vecinos, de un naufragio interior o de un insomnio cruel.
La literatura es Alicia recordándonos desde su país maravilloso que es imprescindible descender por la madriguera y vivir aventuras que nos salven de una existencia vulgar y efímera. Qué sería de nosotros sin esas supletorias vidas de papel. Sin la magia infantil y la pasión arrebatadora de la lectura.
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