CHANQUETE PUDO SER VECINO DE EL PUERTO
Chanquete ha vuelto. Lo juro. Reapareció el pasado jueves, a las dos menos cuarto, en la 2 de Televisión Española. Si no me equivoco, es la décima resurrección del viejo marinero que tenía un barco varado entre judías verdes y tomates. A su lado, Lázaro, que sólo se levantó y anduvo una vez, es un pobre aprendiz de vividor. Lo que pasa es que el Evangelio siempre tuvo más lectores que el Teleprograma. Según nos cuenta Francis Gallardo en el Diario, para dotar la escena de la muerte de más realismo Mercero le dijo a Tito que Ferrandis había fallecido de verdad. Y el chaval, durante un rato, con el puchero puesto, se lo creyó. Hoy, el bueno de Mercero hubiera sido denunciado por maltrato a la infancia.
Pero vamos a lo que vamos: el enésimo óbito del marinero tendrá lugar el próximo 26 de agosto. La primera vez que salió del barco con los pies por delante, el 7 de febrero de 1982, algunas revistas y diarios lo adelantaron por la mañana en sus portadas: “Hoy muere Chanquete”. Eso sí que eran espoilers de verdad. Casi cuarenta años llevamos acompañando en el sentimiento a dos pandillas de amigos afectados por su muerte en distinta medida: a los amigos de Chanquete y a los de Gines. Los primeros, más cercanos, lloran a moco tendido ignorando que el viejo tiene más vidas que un gato. Los segundos, contratados en el sepelio para cantar las “Sevillanas del Adiós””. De haber sabido que iba a vivir de aquí a la eternidad, igual las hubieran subtitulado las “Sevillanas del Hasta Luego”. Y nosotros nos hubiéramos ahorrado mucho sufrimiento, la verdad.
No se si saben que Verano Azul pudo rodarse en nuestra provincia. Antonio Mercero, ese mago que nos enseñó que la ternura es una forma de rebeldía, prefería la arena más clara de esta zona al color grisáceo de la de las playas malagueñas. Sin embargo, los efectos nocivos que el levante podía ejercer sobre el sonido determinaron que la serie recalara en Nerja. Personalmente, de Mercero también aprendí que si tenías que llamar a tu novia desde una cabina lo mejor era poner un pie para atrancar la puerta. Por si las moscas.
Maldito levante. Lo que nos hubiera cambiado la vida como pueblo si la serie se hubiera rodado aquí. Yo es que lo estoy viendo. La pandilla en bici silbando por el Camino de los Enamorados. El chiringuito del Priñaca en lugar del de Ayo. La Dorada anclada en La Puntilla. Los niños cantando el “No nos moverán” para impedir que nos robaran La Colorá. El Parque Calderón en vez del Balcón de Europa. La excursión a la Sierra de San Cristóbal en lugar de a la Cueva del Gato Verde. Pancho, jinete enmascarado, a la grupa de un caballo de Terry por Valdelagrana, mientras suenan de fondo Los del Carmen cantando “Ay, caballo Descarao”. Julia, la pintora, llegando a la estación de trenes de El Puerto (la bonita, la de toda la vida) con el lienzo de su vida hecho pedazos. Chanquete comprando a primera hora churros en el puesto de Charo para desayunar con sus amigos en el Bar Vicente Los Pepes. Los padres de los niños escandalizados con el despelote de las francesas del Cangrejo Rojo. Pancho y Javi compitiendo a ver quién cruza el canal más rápido y llegando sin resuello a la otra banda para impresionar a Bea. Una excursión al Palacio de Purullena en la que Tito y Piraña ven al fantasma de Juana Ortuño vagando por la casa. Pancho saliendo por El Castillito gritando que Chanquete ha muerto otra vez. El final del verano llegó y tu partirás, las familias de vuelta a Madrid en sus coches, surcando la Nacional IV. Y el toro de Osborne al fondo, mientras suena, antes de que salgan los créditos, el pasodoble del Vaporcito.
Hubiera estado bien, no me digan que no. Para El Puerto y para los que formamos parte de esa entrañable pandilla con la que descubrimos los ritos sagrados de la adolescencia, en ese tiempo en que casi todos éramos jóvenes y el futuro venía cargado de promesas. En ese tiempo en el que los veranos eran infinitos. Habría que explicarles a las nuevas generaciones, eso sí, que los niños no jugábamos a la Play sino a las chapas, al trompo y al clavo, interconectados todos en la plazoleta de la barriada. Que la plataforma Instagram era entonces una tabla del mueble bar en la que reposaban las fotos familiares que firmaba Pantoja. Que no cenábamos en el McDonald sino en la calle, a la fresquita, o, muy de tarde en tarde, en El Apolo o en Er Beti. Y que Chanquete, aunque era mayor y vivía solo, ni tenía móvil ni falta que le hacía. También habría que contarles que unos meses antes del estreno de la serie, un tipo patibulario, con bigote y tricornio, quiso que los veranos volvieran a ser en blanco y negro. Que en 1981 y 1982 la Real Sociedad ganó dos ligas consecutivas, cuando la liga no la jugaban sólo el Madrid y el Barcelona. Y que el Consejo de Ministros indultó a El Lute, el hombre que, junto al Arropiero y a los hermanos Malasombra, nos tuvo acojonados media infancia.
Fueron, probablemente, tiempos más duros, pero también más nuestros. Chanquete ha vuelto. Y el levante. Y aquellos veranos azules y aquel sol de la adolescencia. La vida está llena de resurrecciones inexplicables.
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