NOVIEMBRE
Noviembre es una tarde de ceniza y rosario, una luz de mariposa bailando ante la estampa de una Virgen, aquella foto antigua sobre la que el tiempo se puso amarillo. Noviembre es un dolor de campo santo, un cartucho de castañas asadas, un sueño repetido y un reencuentro. Noviembre es un porqué que araña el alma, un almanaque que subraya las ausencias, Paco Rabal con aires de Tenorio.
Recordar viene del latín recordis, que significa volver a pasar por el corazón y a mí me gustaría abandonar algún día mi condición de hombre de poca fe para creerme de verdad la hermosa utopía de San Agustín: "Aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas". Se lo digo a mis hijos con frecuencia, cuando la nostalgia les visita sin aviso: recordar a los abuelos es la única manera de que nunca desaparezcan. Uno cree que, al final del camino, no hay plan de pensiones que produzca más rentabilidad que aquel que nos propone Quevedo en uno de sus sonetos magistrales: "Retirado en la paz de estos desiertos/con poco, pero doctos libros juntos/vivo en conversación con los difuntos/y escucho con mis ojos a los muertos".
El año pasado, en Estados Unidos, confundieron a una mujer ahorcada de un árbol con un adorno de Halloween. Si tengo que elegir entre el aquelarre carnavalesco ese de calabazas y brujas, tan arraigado en nuestra cultura mediterránea, y la liturgia sobria de antaño, lo tengo claro. Me quedo con aquellas tardes alrededor de la mesa camilla, entre nueces, almendras y castañas, en la que nuestros mayores, animados por el vino dulce o el anís, contaban anécdotas de los que un día partieron, y los hacían presentes con sus palabras. En estos tiempos sombríos, en que lo raro es vivir, hay difuntos que gozan de una salud extraordinaria. De vez en cuando, comparecen con la excusa de un olor, de una canción, de una sonrisa, y se pasean por las calles de nuestra melancolía para que no olvidemos que continúan naciendo y renaciendo, que volverán a morir y otra vez nacerán, que jamás dejarán de resucitar porque mientras nosotros existamos no morirán nunca.
Llega Noviembre y por las avenidas del corazón pasean ángeles encantadores que vuelven ligeros de equipaje, jóvenes porque el tiempo por ellos ya no pasa. Vuelven más vivos que nunca, para dejar constancia de que no están, pero que nunca se fueron. Vuelven, en fin, porque la muerte es mentira.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 28-10-2006)
1 comentario
Inmaculada Ameneiro -
Pues mamá murió en noviembre, el día de los difuntos.
Me han encantado tus palabras. Después de veintisiete años sigue igual, porque vive conmigo.