AGUJEROS
La vida es un tránsito entre agujeros. Venimos al mundo por uno y nos vamos por otro. Ambos se parecen, como se parecen el primer sonajero y el hisopo final. Entre medio, al contrario de lo que pensaba Protágoras, es el agujero, y no el hombre, la medida de todas las cosas. Tapándolos y destapándolos nos pasamos la existencia.
Cada edad tiene los suyos. El bebé duerme acurrucado en un foso con barrotes y sábanas de Winny the Pooh, añorando, tal vez, su estancia en el útero materno, esa oquedad de 5 estrellas. El anciano se acerca indefenso al final de sus días recluido en el hueco helado de una residencia.
Confieso que mi relación con los agujeros ha sido siempre complicada. De pequeño se me iban los ojos detrás del carrillo de Adela, una gruta con ruedas y cristaleras con vistas al mar de la inocencia, bañada en azúcar. Los primeros meses de la adolescencia los pasé sin salir del hoyo de mi cuarto, acompañado, entre otros, por un tal Pascal, un tipo al que le leí que todo lo malo que le había pasado en la vida había sido por salir de casa, y yo, que entonces era muy radical, me lo tomé tan a la tremenda que solo aparecía por el salón los sábados por la tarde para ver Aplauso.
Vino luego la ratonera con galones de Mallorca, en la que gasté tantas noches en vela, haciendo guardias entre ardores que no eran guerreros, sino de estómago. Por la abertura del anillo de compromiso entró un día una tal Isabel, y luego aparecieron Irene, Alberto y Pablo, y de no haber tomado medidas sobre mi agujero más íntimo hoy seríamos la versión 2.0 del grupo Viva la Gente.
También los pueblos se asoman cada mañana a esta realidad cada vez más agujereada. En nuestra ciudad, sin ir más lejos, más de cuatrocientas empresas y doce mil vecinos en edad de merecer trabajo se han ido por el sumidero de la crisis ante la indiferencia de los que ya patinamos por el fregadero. ¿Qué es el centro de El Puerto si no un socavón enorme bajo cuyos escombros han quedado atrapados comerciantes, maniquíes, grifos de cerveza y cajas registradoras? Por contemplar ese espectáculo macabro, el Ayuntamiento va a cobrar ahora, a precio de oro, los aparcamientos de la zona. Otro boquete más en el bolsillo.
(Diario de Cádiz, 30 de marzo de 2012)
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