CIUDAD TOMADA
Déjenme que hoy comience recordando un relato fantástico del no menos fantástico Julio Cortázar: “Casa tomada”, la historia de dos hermanos que son expulsados de su propia vivienda a causa de un “algo” que en ningún momento el autor nos desvela. Los protagonistas van renunciando voluntariamente a cada una de las habitaciones conforme éstas son ocupadas por unos intrusos desconocidos que se manifiestan a través de extraños ruidos. Lo más sorprendente es que viven la situación con un desconcertante fatalismo, convirtiendo lo que para el lector es un injusto y angustioso allanamiento de morada en algo normal e irremediable. Al final, terminan abandonando definitivamente la casa.
Me acordé de este cuento el pasado miércoles, cuando tuve que firmarles a mis hijos la autorización para acudir a la cadena humana con la que la Concejalía de Educación quiso conmemorar el cierre y tapiado de El Puerto por el ejército francés hace doscientos años. Estaba previsto que doblaran las campanas de todas las parroquias, pero al final otro “algo” misterioso (el espíritu de Rayuela, tal vez), las dejó, si no mudas, roncas. No son tiempos para echar las campanas al vuelo, no vaya a ser que doblen por nosotros.
Más allá de la literatura y de la historia tiene uno la impresión de que el asedio, en su versión moderna, continúa, no tanto en las bocacalles, a trabucazo limpio, como en los despachos enmoquetados en los que se deciden los despidos. El Puerto es, de un tiempo a esta parte, una ciudad tomada por un siniestro ejército de intrusos formado por Generales desconocidos, con mando en Europa, y serviles cabos chusqueros siempre a la orden, que conspiran a diario para que marchemos todos juntos, los más débiles los primeros, por la senda de la calamidad.
Visteón, Ojelosa, Gadir Solar, el hotel Duque de Medinaceli, el hotel Monasterio, el piso asistido de Nevería… Como nos sigan ocupando habitaciones, con el beneplácito de una clase política que nos ha tapiado la esperanza y la complacencia de una sociedad civil tan sumisa como los hermanos del relato de Cortázar, vamos a terminar todos durmiendo, a cielo raso, en “El Lejío”. Sin vino ni barcos ni honra.
(Diario de Cádiz, 13 de abril de 2012)
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