CUMPLIR 50
(Para Isabel)
Aunque los más jóvenes aún no alcancen a entenderlo, cumplir cincuenta no es una desgracia. Una desgracia es no poder cumplirlos. Cumplir cincuenta, como os ha ocurrido ya a algunos de vosotros (¡eh, los de la JUFRA, no disimuléis), como te acaba de ocurrir a ti, es una especie de liberación. Atrás quedaron, para bien, las pesadillas de los diez, la inestabilidad de los veinte, las ansias de maternidad de los treinta, la frustración de los cuarenta por abandonar definitivamente las filas de la juventud. Cumplir cincuenta es formar parte ya para siempre del equipo de la madurez.
Es verdad que frustra un poco que, cuando alguien pregunta quién da la vez en la frutería, ya no digan esa muchacha, sino esa señora. Y que cada vez sean menos las personas que te tutean. Pero tienes permiso para lucir, serenamente, tus virtudes y tus imperfecciones. Nadie puede pretender cambiar a una mujer de cincuenta. Menos aún el marido. Hasta tú mismo te aceptas por fin, que ya iba siendo hora. Eres así y tu trabajo te ha costado.
Te acredita una larga lista de aciertos y de errores. A veces pensabas que ganabas por goleada y el tiempo vino a decirte que aquello fue, en realidad, un severa derrota. Otras veces creíste que habías perdido por K.O. y luego descubriste que fueron triunfos clamorosos. Han sido, sobre todo, las batallas perdidas las que te han permitido progresar adecuadamente en el duro oficio de vivir.
A los 50, además, ya puedes presumir, pero sin pasarte, de esa cosa tan apreciada por filósofos y psicólogos a la que llamamos sabiduría. Una sabiduría humilde y solidaria, que es la única sabiduría verdadera. Aunque ya no salves el mundo como a los veinte. Porque, tal vez, sin esforzarte mucho y sin darte cuenta, ya lo hiciste. Un poco. En algo.
Así que, felicidades. A partir de cierta edad, la que ha sido joven durante toda su vida sigue siéndolo. Cumplir cincuenta, ya ves, tiene más de gracia que de desgracia. Es, quizás, reflexionar. Y sonreír. Y desdramatizar. Y suspirar aliviados. Y celebrar. Y, por qué no, seguir soñando.
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Dakidekadi -
Rosa Rosado -