MANCHONES LEJANOS
Confieso que empecé a leer con gusto el relato “Manchones lejanos”. La historia prometía. El mundo ordinario y antiguo representado por el Vaporcito. La llamada a la aventura que el héroe visualiza una mañana en el espejo, en forma de churrete de colores, mientras se afeita antes de tomar el Palacio de Araníbar. La travesía del explorador por el Explorer. El encuentro con el mentor, un ucraniano que vende imágenes al por mayor en un top manta de La Red. Las pruebas, los aliados, la odisea. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais -confiesa el protagonista sobre el altar de la bodega de Mora-, pero por consenso, siempre por consenso. Todo iba bien hasta que llegan el dragón de dos cabezas, las arañas asesinas, la hechicera transformada en rata... Los buenos no existen sin los malos. Y es ahí cuando nuestro héroe, en lugar de arriesgar su vida por el exclusivo tesoro, se viene incomprensiblemente abajo y se pone a llorar como una magdalena de El Cafetín, balbuceando palabras como víctima, caza de brujas, niños malos, nene bueno. Un desastre.
Nadie dijo que el viaje iniciático fuera fácil. Entraba dentro de lo previsible que en el pasadizo de las redes sociales los enemigos íntimos de El Puerto torpedearan su revolucionaria aportación al futuro de la publicidad en general y al turismo de nuestra ciudad en particular. Estaba cantado que las fuerzas del mal se iban a tomar al pie de la letra eso del coste cero (¿qué son seis mil o siete mil euros de nada para tamaña recompensa?). Su respuesta medida y culta (impagable el uso de términos como reach o brand switching) a la jauría de hienas de siempre que puso en duda la exclusividad del Anillo Único alegando que había pasado ya por más manos que la falsa monea, nos hizo concebir esperanzas.
Pero Raulito, ¡ay!, arruinó nuestro relato refundacional con el que íbamos a marchar todos juntos, él el primero, por la senda de la modernidad. Abandonó por la gatera la misión y se puso a llorar desconsolado como un triste concejal de pueblo lo que no había sabido defender como nuevo gurú de un Puerto Global y Churretoso. Prefirió la compasión de la víctima a la épica del héroe. Pudo ser el Don Draper de Mad Men y se quedó en Calimero. Pa echarlo. No sólo del relato.
(Diario de Cádiz, 11 de octubre de 2013)
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