EL CAMPO DEL RACING
Hay imágenes esenciales que moldean el alma de un niño para siempre. Entre esas estampas luminosas, que uno guarda bajo siete llaves en el pupitre abatible de la memoria, figura la primera vez que fui a un campo de fútbol de verdad a ver un partido de fútbol de verdad. El 20 de agosto de 1972, mi tío Manolo El Zotea me llevó a la inauguración del estadio José del Cuvillo. El Portuense y un Real Madrid cuajado de suplentes se disputaron el primer trofeo Ciudad de El Puerto. Ganaron los blancos 1-2. Mi tío Manolo fue durante toda su vida militante de la causa atlética y de la racinguista. Vivía su pasión futbolera entre dos riberas rojiblancas, la del Manzanares y la del Guadalete. Ese día fue, como siempre, a ver ganar al Racing y a ver perder, aunque fuera el autobús, al Madrid.
Tal vez para agradecerle su invitación, y quizá como venganza contra el equipo yeyé que no tuvo el detalle de dejar en nuestra vitrinas aquel primer catavino, con la de copas que tenían ya, yo me hice también para siempre adicto a los colchones y alérgico al merengue. Me gustó, eso sí, ver en movimiento a Junquera, a Grande y a Fleitas, que ese día olían a linimento en lugar de a linotipia y a engrudo, aquella mezcla de agua y harina con la que pegábamos los cromos en el Álbum de la Liga.
En el Álbum de la Liga de mi infancia yo estoy posando con un montón de amigos de la cantera racinguista en el lateral de tribuna. Está también Tonino, el ciego de Los Iguales que veía los goles del Racing antes que nadie, y que tenía siempre un recuerdo sentido para todo el árbol genealógico de los jugadores visitantes y del trío arbitral. Puede que en la página de Últimos Fichajes nosotros aparezcamos, ya adolescentes, enfundando la misma camiseta forofa de Tonino, metiéndonos con el centrocampista pelucas del Calvo Sotelo o con las hechuras de asesino en serie del central del San Andrés.
En el Álbum de la Liga sentimental de los futboleros del lugar, el cromo del estadio José del Cuvillo aparece cada temporada más roto y deteriorado. Aquel templo profano en el que los domingos por la tarde Tonino y nosotros fuimos tan felices, se cae a pedazos. La estampa es oscura, lamentable, desoladora.
(Diario de Cádiz, 9 de octubre de 2015)
Foto tomada de la web Gente del Puerto
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Lolo -