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SUBE EL PAN

Parece que en 2008 subirá otra vez el pan. No me extraña. Es año de elecciones, así que nuestros políticos aumentarán considerablemente su ya habitual incontinencia verbal. Vamos a terminar pagándolo muy caro. El pan, digo. A precio de oro está ya en algunos bares. El otro día entré a desayunar en uno muy fino, de esos en los que la manteca colorá de toda la vida se llama "mouse encarnado espolvoreado con asiento", y el camarero, también finísimo, me recomendó probar el pan francés. La fecha de caducidad de la tostada debía ser, por lo menos, de Mayo del 68. Eso sí, aprendí cómo se dice pan duro en el idioma de Sarkozi: baguette de antié.
Es cierto que los españoles, incluido Carod Rovira, comemos cada vez menos pan, ese artículo de lujo inaccesible para las dos terceras partes de las criaturas del mundo. Creo que su bajo consumo responde a un desprecio irreverente a la cultura profunda de los pueblos, al esfuerzo humano que, en el caso que nos ocupa, cada madrugada convierte en oro caliente el agua, la harina, el fuego y la sal.
Yo, que empiezo a ser tan viejo como el pan, me crié con el pregón musicado del Guarigua, que, a las del alba, vendía semitas por las calles del centro, y ese bollo recostado y redondo tenía el sabor exquisito y dorado del pan nuestro de cada día. Pan con aceite y azúcar, infancia de pan y chocolate, de mucho pan y poco chocolate, que nos obligaba, después de cada bocado, a redistribuir las pastillas de elgorriaga para que duraran hasta el final. En muy contadas ocasiones llevaba dentro jamón, aunque ese era un mal síntoma: cuando un pobre probaba el jamón, o estaba malo el pobre, o estaba malo el jamón. Pero era pan, pan de verdad (no ese chicle congelado, hueco y soso que venden ahora), y había que comérselo entero, nada de cortarle los filos como hacen los niños de hoy, que ya no vienen con un pan debajo del brazo, sino con un bollycao, un happy meal y una pizza caprichosa.
Insisto: los excesos verbales están a la orden del día. Nadie repara en la belleza acogedora del silencio. Triunfa el charlatán de feria. ¿Cómo no va a subir el pan?
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 08-12-2007)
LA ESTRELLA REMENDADA

Visité con mis hijos, el pasado sábado, el belén de La Aurora. Allí dentro, entre amaneceres y noches cerradas, a salvo de las inclemencias del tiempo, el susurro del agua agrandaba el silencio. A la salida, mi hijo Pablo miró al cielo raso y vió, ayudado por la prodigiosa imaginación de sus nueve años, la Estrella de Oriente. Sus hermanos mayores, incrédulos, le exigieron una prueba ocular que avalará ese acto de fé. Él, con el índice de la mano derecha apuntando al firmamento, empezó a recopilar para la causa estrellas dispersas, y zurció, en un periquete, el cometa plateado (el primer GPS de la Historia) que llevó a los Magos de Oriente hasta El Portal.
Pensé, entonces, que si no volvemos a ser como niños, es imposible entrar en el Reino de la Navidad. Porque sólo desde la nobleza de unos ojos limpios se puede atisbar, siquiera un poco, el infinito misterio de la vida. Hay una alegría contagiosa en esas miradas recién inauguradas, que revitaliza, cada diciembre, la aburrida Navidad de los mayores. Una mirada que nos conduce, gentilmente, a aquel belén de la infancia en torno al cual los vecinos, al abrigo de una botella de anis y un barreño de pestiños, cantaban villancicos que se transmitian de generación en generación. O a la paciente impaciencia con la que contábamos los días que faltaban para que los Reyes volvieran a dejarnos sin la Diligencia Comansi, el Cine Exin, o el Ibertren.
La pureza sustancial de la niñez, daba a aquellas Nochebuenas una autenticidad de la que hoy, desgraciadamente, carecen. Porque luego uno crece y empieza a traicionar al niño que fue, a convertir las felices pascuas en una feria de vanidades y mentiras, en la que ya no pinta nada aquella familia de desgraciados que tuvo que cobijarse en un establo porque no había sitio para ellos en la posada.
Aún así, habrá que seguir creyendo en esas revelaciones infantiles que nos salvan de las desolaciones de la existencia. Conviene, pues, mirar al cielo de vez en cuando. Por si vuelve a cruzarlo la misma estrella remendada que, la otra noche, encendió los ojos de Pablo.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 22-12-2007)