Se muestran los artículos pertenecientes a Mayo de 2007.
PONTE LA CORBATA

Póntela como siempre, llevando el nudo, con ademanes versallescos, hasta el cuello de la camisa, mientras le haces al espejo la misma confesión de todas las mañanas: Terry me va, y el Ayuntamiento también. Póntela Fernando, que un cambio radical a estas alturas de la vida, por unos votillos de nada entre el proletariado, no es elegante.
Póntela y abandona ese traje hortera de cuadros marrones con el que haces guardia en las marquesinas de los autobuses, que parece comprado a última hora en El Rubio, para sufrirlo en la comunión de un sobrino. Hazlo por todos aquellos que subieron las escaleras de tu despacho diciendo éste me va a oír, mientras ensayaban la misma pregunta de siempre: ¿qué hay de lo mío? O por tu verbo florido, o porque no está el horno de las encuestas para bollos (que tu traducirías en "no se encuentra la oquedad calenturienta de los sondeos preelectorales para manipulaciones reposteriles").
Ponte la corbata. Póntela, que pareces en el cartel electoral un comercial de Círculo de Lectores. Póntela y vuelve a tu imagen de toda la vida, que antes que con un pan debajo del brazo, tú naciste con una corbata debajo de la nuez. Póntela para diferenciarte de los del pañuelo palestino y el fular antisistema, dime con quién andas y te diré quién eres (en tu boca: relátame con quien deambulas y te manifestaré tu idiosincrasia). Hazlo porque estás atrapado por tu pasado de cuello blanco y diplomacia azul. O por nosotros, que queremos una Corporación Dermoestética, pero sobre todo Dermoética. Hazlo por jorobar a aquellos que dicen que Fernando Gago te escucha, pero no te hace ni puto caso. O para que Dios reparta suerte y algo de decencia en la próxima legislatura.
Ponte la corbata cada vez que te subas al Rolls Royce electoral. Hazlo por tu planeta, o por el difunto del Carnaval, o, yo que sé, para marcar distancias definitivamente con el fantasma de la opereta de la chaqueta maoísta-surrealista.
Hay muchas razones para ponerse la corbata, Fernando. Elige la tuya y hazlo. No podemos presumir por ti.
(A la hora de entregar esta columna, el Sr. Gago ha vuelto a aparecer con el más inútil y agradecido accesorio del atuendo, pero debe haberse apretado mucho el nudo, porque le sale el corazón por la boca y las críticas por la oposición).
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 12-05-2007)
DOS MAESTROS

En las escuelas de primaria de Finlandia, los alumnos se despiden de sus maestros estrechándoles la mano y agradeciéndoles los conocimientos adquiridos ese día. Hermosa manera, a edades tan tempranas, de ejercer la gratitud con aquellos que tienen la osadía de enseñar en estos tiempos gamberros en los que casi nadie da las gracias por nada.
Me acordé el otro día de esta esperanzadora liturgia de reconocimiento a los docentes de aquel país larguirucho, mientras leía, con la nostalgia herida, la noticia del fallecimiento de Antonio Ariza. Hace algunas semanas nos dejaba también Elías Estíbaliz, otro histórico de la Plaza Elías Ahuja.
No cultivé la amistad con ellos, pero mi relación con ambos fue siempre cordial y respetuosa. El recuerdo, ese idioma de los sentimientos, me lleva hoy a unas aulas que rodeaban un patio claro en el que madurábamos junto a rosas y geranios. Allí aprendimos que la estenotipia no era una enfermedad, sino una asignatura, que los asientos contables no tenían patas y que el delegado de la clase de al lado se llamaba igual que el interés comercial: Ico, para los amigos.
A Elías le debemos su pasión por los buenos afanes. Nos dió de leer libros que disiparon nuestra ignorancia, nos condujo gentilmente por la calles austeras y limpias de la ética, y, desde un escepticismo discreto, nos regaló su ingenio humilde y elegante. Parece que lo estoy viendo atravesar la clase pausadamente, buscando actores para Luces de Bohemia: tú, Max Estrella; tú, Madame Collet; tú, te callas si no quieres irte fuera.
A Antonio le recuerdo, en mangas de camisa, dando clases de Prácticas Administrativas, corbata al cuello y un colegio sobre sus espaldas. La última vez que le vi, enjuto de carnes que no de esperanza, hablamos otra vez de lo de siempre: buena cosecha, aquella del 77, la segunda promoción de Administrativo. No sé que sería hoy de muchos de nosotros si aquel vino nuevo no hubiera pasado por el alambique generoso de la SAFA, esa escuela que se nos cruzó un día en la vendimia de nuestra vidas.
Como los chavales finlandeses al final de cada jornada escolar, ya con las nieves del tiempo plateando mi sien, quiero hoy despedirme de ellos agradeciéndoles su esfuerzo por abrirnos el porvenir en las mañanas azules de nuestra adolescencia.
(Columna publicada en Diario de Cádiz el 26-05-2007)