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LA MACARIA

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     La noche del sábado 6 de abril de 1968, el maestro Rafael Ibarbia subía, impasible el ademán, al escenario del Royal Albert Hall de Londres. Segundos después salió Massiel, enfundada en un vestido cortísimo de organdí que, según nuestra vecina de enfrente, parecía más la indumentaria de una mujer de la vida que la de una mujer de su casa. Al fondo, en la esquina izquierda de la pantalla de nuestro General Eléctrica Española, tres muchachas, con un modelito similar, se colocaban esperando los primeros acordes. Fue entonces cuando mi madre dijo: ¡la de en medio es La Macaria, nuestra paisana!

 

     Mientras Massiel cantaba, mi padre no paró de hacer gestos de desaprobación, pues no le gustaba nada el balanceo con que  interpretaba el tema compuesto por el Dúo Dinámico. Para su gusto, abría excesivamente los brazos, como si fuera a salir volando de un momento a otro. "A lo mejor, los que le han hecho la canción le obligan también a ser dinámica", dijo mi madre para excusarla. Ya entonces yo tenía clarísimo, tras oír a mis progenitores, que era La Macaria, la niña del coro de la Prioral, la que tendría que haber sustituido al tío ese catalán que era tan torpe que no sabía decir la, la, la en español, con lo fácil que era.

 

     La votación fue reñidísima y mi padre, para aplacar los nervios, se tomó un Soberano que esa noche, al menos en mi casa, fue más cosa de hombres que nunca. En la entrega de los premios, mientras celebrábamos el triunfo sobre la pérfida Albión, el Soberano ya no era cosa de hombres en general, sino de un solo hombre en particular, más concretamente de mi padre, que, pletórico, cantaba a la tierra que le había visto crecer y también a su madre (la abuela Luisa) que dio vida a su ser. Mi madre también perdió la compostura, pero de otra forma: movía la cabeza y el tronco de un lado a otro, buscando desesperadamente en el televisor a nuestra simpática paisana, que, en su humilde opinión, había sido la gran triunfadora de la noche.

 

      Suecedió hace cuarenta años. En el número 17 de la Calle San Sebastián, La Macaria, la nieta de Macario Valimaña, el del cine, había ganado, ella sola, el XII Festival de Eurovisión.

 

      (Columna publicada en Diario de Cádiz el 12-04-2008)

 

              

11/04/2008 18:52 Pepe Mendoza #. LA MACARIA No hay comentarios. Comentar.

FINO PLATÓN

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     El Real de la Feria es un ágora griego en el que, a la caída de la tarde, o largas un discurso o te lo largan. Está más que demostrado que, con albero en los zapatos y fino en el gañote, la incontinencia verbal supera, con creces, a la urinaria. El zumo de la uva  fomenta, además, el roce que, como usted bien sabe, hace el cariño. In vino veritas, siempre a la veritas tuya, entonan, sobones, los meta-físicos del achuchón. Rebujito ergo sum: traga, luego insisto.

     "El que al mundo vino y no toma vino, ¿a qué vino?", dijo una noche en el muelle antiguo, con un tajá como un piano, El Chamaco, tras beberse hasta los peces del río del olvido. "El que desembocó en el planeta Tierra y denosta el elixir de la parra, ¿por qué motivo, razón o circunstancia habita entre nosotros?", tradujo al castellano cursi, centurias más tarde, un tal Fernando Gago, discípulo de Sócrates, otro pedazo de futbolista.

     Pero a lo que iba: la feria está llena de filósofos, de Sénecas con el vaso al cuello que, sin conocerte de nada, te paran en la calle del Infierno y te dicen: "El infierno son los otros", refiriéndose a los niños de su cuñao. O te abordan en los Espejos de la Risa y en lugar de reírse de su suegra, como hace todo el mundo, te sueltan, de un tirón, empinando otra vez el Codex: "Conócete a ti mismo".

     Más ejemplos. Atracción de los ponis, ayer por la noche. Uno de los caballitos se vuelve y me dice: "La vida da muchas vueltas". Yo me quedo turulato, sin dar crédito a lo oído. Cuando vuelve a pasar por mi lado, el corcel enano continúa su discurso: "Es lo que Nietzsche llamó el eterno retorno. Así habló Zaratustra y así relincha este poni republicano que fue nieto de un caballito de la Reina". Si pueden, acérquense a verlo. Es el animalillo negro, con manchas blancas, que tiene un tatuaje de Herodes en el lomo. 

     Antes de irme me pasé por la caseta municipal y pedí un caldito de puchero: me trajeron el libro de Juan Rincón. Ya a la salida, me encontré con otro sabio, San Agustín (Fernández). "El filósofo debe arrimarse y exponer, como los buenos toreros", me dijo mientras nos bebíamos la penúltima. Al despedirnos, nos hicimos las mismas preguntas de todas los siglos, de todas las ferias: ¿quiénes somos, de qué caseta venimos, en qué autobús nos llevan?

     (Columna publicada en el Suplemento de la Feria de El Puerto de Diario de Cádiz el 26-04-2008) 

             

 

24/04/2008 22:27 Pepe Mendoza #. sin tema No hay comentarios. Comentar.


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