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MANO A MANO

Ni Ponce, ni Manzanares, ni Morante, ni Tomás: los grandes triunfadores de la temporada 2008 han sido dos becerristas de la tierra, dos jóvenes promesas que manejan la suerte del engaño como hacía tiempo que no se veía en el coso en el que Joselito ubicó la grandeza de la fiesta nacional. Andaba El Puerto buscando un torero y, mire usted por dónde, los encuentra a pares.
Nuestro periódico ha seguido, con pañoleta y garrocha, las tardes de gloria de "El Arenero Impoluto" y "El Bedel Emprendedor", nombre artístico de estos dos diestros que manejan como nadie la siniestra, inconmensurables en los lances al alimón, sublimes, sin interrupción, en desplantes y galleos. Independientes (su heterodoxia nos impide encuadrarlos en ninguna escuela), portuenses (llevan nuestra ciudad en el corazón), no nos pregunten quién atesora más cualidades, pues sabido es que el arte no admite comparaciones.
El Arenero, por ejemplo, siempre de verde y oro, es de los que, ya desde el paseillo, se mete las entradas, digo, el público, en el bolsillo. Lejos de esconderse, se crece ante los morlacos: lleve muchos años dando capotazos en terrenos imposibles.
El Bedel, subalterno con hechuras de primer espada, ha revolucionado todas las suertes. Si el maestro Luís Miguel Dominguín dominaba la puya, iba de sobrado con los palitroques y mandaba al desolladero a los toros sin despeinarse, éste, además, los diseca, de ahí que en sus inicios adoptara el sobrenombre, demasiado engolado para nuestro gusto, de "El Ordenanza Taxidermista".
Intelectuales de reconocido prestigio ya hablan del nacimiento de un nuevo género literario: la corrida picaresca. Otros, menos pretenciosos, sitúan a los dos estoqueadores en la escuela filosófica de El Peña y El Masa: vamos a llevarnos bien y a llevarnos lo que podamos.
Mención aparte merece el apoderado de ambos, un tal Gómez, que, con la solemnidad fúnebre que le caracteriza, ha salido en defensa de la pareja de moda, hablando de "más o menos ética", "regalos envenenados" y "churras y merinas". No hay quien entienda a estos académicos.
(Columna publicada en Diario de Cádiz, el 13-09-2008)
LA VILEZA

"Un militar ha fallecido y seis personas han resultado heridas, una de ellas muy grave, tras la explosión de un coche bomba esta madrugada frente al Patronato Militar Virgen del Puerto de Santoña" (Diario Gara)
Si no lleváramos casi cuarenta años años enterrando muertos (más de 800), si no existiera la memoria dolorida de las víctimas, si no estuvieramos ya cansados de asombrarnos ante tanta vileza, usted y yo nos asomaríamos ahora al ambiguo titular que encabeza esta columna y nos haríamos algunas preguntas tan ingenuas como necesarias.
Leemos: un militar (que no alcanza, parece, la categoría de persona) ha fallecido. ¿De un ataque al corazón, atropellado por un tren, tal vez en un accidente laboral, quizá se suicidó tras una larga depresión? Las mismas interrogantes se nos abren ante las seis personas (que no deben ser militares) heridas: ¿por el desprendimiento de la cornisa de un edificio en ruinas? ¿un ajuste de cuentas entre familias? ¿una atracción de feria que no pasó las inspecciones técnicas? ¿un accidente de tráfico por exceso de velocidad?
Sigamos leyendo. "Tras la explosión de un coche bomba". Es probable que la tecnología haya avanzado tanto por ahí arriba que los coches y las bombas no necesiten de personas que los manipulen. A lo mejor, yo qué se, en algunos pueblos oprimidos de Euskadi los vehículos ya circulan sólos y son tan fantásticos como los delirios estalinistas de los de la boina calada hasta las cejas, y hasta las explosivos pasean también la mar de independientes por el centro de Bilbao o de San Sebastián. Puede darse el caso, en fin, que la fatalidad haga que coche y bomba coincidan casualmente en la esquina de una calle cualquiera y esa unión fortuita acabe en tragedia por una impredecible pirueta del destino.
Hay que tener el alma muy podrida, hay que estar muy enfermo de odio, para titular así en la portada de un periódico. El régimen nazi acabó narcotizando a la sociedad alemana a través de la perversión interesada del lenguaje. Robarle la verdad a las palabras, esa es la primera misión de los tiranos.
(Columna publicada en Diario de Cádiz, el 27-09-2008)