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UN CORREO

El otro día recibí uno de esos correos absurdos que reenvía la gente que se aburre mucho. La fecha de tu muerte, se llamaba. Como suelo hacer siempre, le di inmediatamente a eliminar, pero al caer en la papelera de reciclaje el email rebotó en el fondo y voló, con una fuerza que un exorcista definiría como diabólica, hacia el centro del escritorio.
Atenazado por los nervios, cometí el error de cerrar los ojos y abrir el correo, cuando lo que quería hacer era justamente lo contrario. Una música fúnebre salía no se muy bien si de los altavoces o de alguna habitación oscura de mi infancia.
Empecé a leer y una voz que no era de este mundo me animó (es un decir) a cumplimentar una ficha de esas que rellenas cuando te das de alta en El Ocaso: nombre, edad, enfermedades graves, vicios, otros achaques, etc. Estuve punto de darle a escape, una tecla que jamás imaginé que fuera tan importante en el conjunto del teclado y de la vida, pero pensé que abandonar en ese momento la ventana virtual del ordenador podría tener consecuencias irreparables sobre la ventana real de mi existencia.
Así que, con la tensión por las nubes y el ánimo por los suelos, cumplí escrupulosamente las instrucciones, contestando a todas las preguntas. De repente, me topé con una lápida, real como la muerte misma, en la que aparecían esculpidos todos mis datos, salvo, obviamente, un campo en blanco en el que figuraría, al acabar el ejercicio, el día menos pensado. Finalmente, pulsé en "Calcular fecha": quise no ver para no creer y antes de conocer el resultado me fui corriendo a la cocina a por un vaso de agua. Cuando volví, diez padrenuestros después, tras hacer examen de conciencia y leer a Quevedo en el cuarto de baño (cerrar podrá mis ojos la postrera/sombra que me llevaré el blanco día, etc.), el ordenador estaba, sorprendentemente, reiniciándose.
Ahora ando hecho un lío. No sé si desde un punto de vista estrictamente informático he vuelto a nacer, o si, atendiendo sólo a cuestiones biológicas, debería formatear, por simple precaución, el disco duro de mi porvenir.
(Columna publicada en El Diario de Cádiz el 04-06-2009)
QUÉ GENTUZA

Se nos va de las manos lo de los inmigrantes, Don Manuel. No se le ocurra nunca dar trabajo a esa chusma, que le buscan, más temprano que tarde, una ruina. Se lo digo como empleado, pero sobre todo como amigo. Mire lo que le ha pasado a ese empresario de Gandía por tener recogido a un sudaca en la panificadora que regenta: lo han denunciado los de CCOO (cuanto echamos de menos a Urdaci, Don Manuel).
Parece que el individuo, por sacar una paga para toda la vida, se dejó un brazo en la máquina de amasar. El patrón, en un gesto que le honra, montó al infeliz en su vehículo particular, y lo dejó, gratis, muy cerca del hospital. Podía haberle cobrado el desplazamiento, o descontárselo de los 23 euros que iba a ganar ese día por una jornada laboral de 12 horas. Podía haberle reclamado, también, el importe de la limpieza del coche, que a ver quién es el guapo que le quita a la tapicería los chorreones de sangre. Podía, pero no lo hizo, porque aún quedan señores en este país de mierda, Don Manuel. Es más, tuvo el detalle de advertir al muerto de hambre que su futuro profesional corría peligro si contaba que había sido un accidente laboral. Porque, a partir de ahora, ¿quién va a volver a contratar a un tipo que, a lo mejor, en el próximo trabajo, para que le revisen la pensión al alza, le da por dejarse el otro brazo en otra máquina?
Y ahora quieren enchironar al pobre patrón. Que si el angelito no tenía contrato, que si no estaba de alta en Seguridad Social... El mundo al revés: ellos, sin papeles, y nosotros, hasta la última póliza, tiene narices la cosa. Las mañanas consagradas a la burocracia en lugar de a crear riqueza, Don Manuel. Claro que el hombre no se mordió la lengua cuando le preguntaron por qué tiró el brazo del indio a la basura. "Era necesario seguir trabajando", contestó. Con un par. Con empresarios así y otro gobierno (pero de derechas de verdad, no el acomplejado ese de Rajoy), mandábamos la crisis a tomar por el culo.
Quieren confundirnos, Don Manuel. Son ellos quienes, en cuanto les ofrecemos la mano, nos arrancan el brazo. Qué gentuza.
(Columna publicada en El Diario de Cádiz el 18-06-2009)