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RANAS HERVIDAS A LA PORTUENSE

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    Se pone una olla de agua fría a fuego lento y se introducen dos o tres docenas de ranas vivas. Comprobamos que no hacen nada por escapar y que se acostumbran dócilmente al ascenso de la temperatura hasta acabar hervidas. Ya muertas, cambiamos el agua y añadimos una cebolla, dos pimientos verdes, una cabeza de ajo y un puñadito de sal. Fin de la receta.

     Los recontratataranietos de Menesteo tenemos algo de ranas. Como ellas, nos pasamos la vida con los pies mojados, saltando de la orilla para afuera en invierno y de la orilla para adentro el resto del año. En verano abandonamos el agua sólo para cazar cruzcampos fresquitas. Algunas especies muy evolucionadas poseen una gran capacidad trepadora y una piel que mudan frecuentemente arrimadas al sol que más calienta. La Ranidae de charca política es un claro ejemplo. 

     Pero no sólo compartimos hábitat con esos bichos verdes tan maltratados en los cuentos. También soportamos sin reaccionar, como las ranas de la receta, los aumentos de la temperatura social. Unos cuantos vecinos han pasado dos semanas encerrados en el Ayuntamiento para mostrar su rechazo a la privatización del agua de todos y el grueso del pelotón no está ni a favor ni en contra sino todo lo contrario. Se van a destruir 1.000 plazas de aparcamientos públicos para crear 700 aparcamientos privados y nos da lo mismo que lo mismo nos da. Los cuadros donados a la ciudad por las familias de dos prestigiosos pintores portuenses del siglo pasado aparecen en las instalaciones municipales en un estado lamentable y nadie da la cara porque nadie obliga a los responsables de su adecuada conservación a salir a darla.

     Nos acostumbramos a los desmanes con la misma docilidad que las ranas hervidas a la portuense se acostumbran al aumento de la temperatura hasta acabar abrasadas. El proceso es muy parecido. Los que mandan ponen una olla a calentar y van subiendo poco a poco el fuego. Unas cuantas ranas rebeldes advierten desde dentro que hay que salir como sea porque la quemazón se hará insoportable y terminaremos todos achicharrados. La inmensa mayoría agradece el calorcito y croa en los foros contra los sapoflautas. Es una receta simple y antiquísima. Y muy de aquí.

     (Diario de Cádiz, 11 de abril de 2014)

LA GRAN EVASIÓN

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     Como Woody en Toy Story 3, yo también utilizo el cuarto de baño para escapar. Nos diferenciamos, además de en el sombrero y en las amistades, en que él lo usa como estación de paso para fugarse de la guardería en la que está atrapado y yo como fin de trayecto para huir de Canal Sur, de los gritos destemplados de los electrodomésticos, de los grupos de guasap, de mi mujer, de mis hijos, de la perra y hasta de mí mismo. Desembarazarse de uno sin dejar huellas incriminatorias es lo más complicado. Hasta que no echo el pestillo y me asomo al espejo y compruebo que no hay nadie al otro lado, no me quedo tranquilo. Luego hay que mentalizarse de que durante las primeras cinco o seis horas tu familia se irá turnando para aporrear la puerta con la violencia siniestra de Jack Nicholson en El Resplandor. Si logras superar ese último escollo, acabas mimetizándote entre las piezas. Y entonces, Carpe diem. ¡Y qué momento, señoras y señores!

     En su origen, el retrete era una habitación retirada de la casa que se utilizaba para rezar y leer mientras uno se depuraba también por dentro. Me recuerdo de niño con el Diario o el TBO en la mano en concurrida peregrinación hacia esa cueva paleolítica que tenía una estalactita de 60 vatios colgada del techo. Una vez leí que en los cuadros sobre la Anunciación de la Virgen el aposento donde el ángel se aparece es el váter, lo que certifica que las criaturas celestiales además de dar de alma también dan de cuerpo. La mística y la escatología no están tan desconectadas como aseguraba Ripalda en su catecismo. En los primeros meses de la adolescencia intensifiqué ese viaje iniciático a las profundidades del Ser (era otro tipo de urgencias).

     Tan placentero como entrar es salir un par de días después, con barba de náufrago y la tapa de váter tatuada en las nalgas, y comprobar que tu familia no es que no te mire, es que no te ve. Nadie dijo que el reencuentro fuera fácil. Lo importante es que sales purgado por arriba y por abajo, leído y aflojado, orgulloso de haber cumplido fielmente el encargo que nos hizo San Juan en sus cartas: “obrar y callar, que son cosas que recogen y dan fuerza al espíritu”. Y qué gusto dan también, hasta los ángeles lo saben, al cuerpo.

     (Diario de Cádiz, 25 de abril de 2014)

25/04/2014 07:34 Pepe Mendoza #. LA GRAN EVASIÓN No hay comentarios. Comentar.


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