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Se muestran los artículos pertenecientes a Febrero de 2014.

EL VIEJO TEATRO

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     En la butaca de una sala de un desangelado multicines, un hombre de mediana edad se queda dormido y comienza a soñar. Sueña que está en el mismo lugar en el que caído rendido en los brazos de Morfeo, pero la película que se proyecta no es la misma. En la nueva, un niño y sus amigos compran chucherías en un carrillo con visera de lona y ruedas de bicicleta. Con los bolsillos reventones de citratos y pepitas de calabaza, a la voz de tonto el último, los chavales doblan la bocacalle y entran excitados en un viejo teatro. En cuanto el acomodador les rebaña las entradas, suben a empujones las escaleras de madera hasta aterrizar en un gallinero vestido de blanco y oro.

     Un timbre anuncia que la sala va a ser tomada por una oscuridad como de plomos fundidos. Suena la música metálica del NODO: ¡Noticiarios documentales cinematográficos, presenta...! El reloj de pulsera del crío dice que son las cuatro de la tarde de un domingo sin fechar. Ruge el león de la Metro saludando a la muchachada y rugen los cientos de cachorros que esperan ansiosos que de la pared grande salga una buena historia en la que ganen los buenos por goleada. Decenas de trailers de clásicos infantiles rejuvenecen bajo la luz antigua de lo eterno. Es eterno el hombre que sueña feliz en la incómoda butaca del multicines. Es eterno el niño que le acuna desde el otro lado de la pantalla. Son eternas las vidas recién estrenadas que florecen en ese templo civil de elegantes candelabros en el que un puñado de héroes vengan cada domingo las penurias de la semana.

     El hombre se agita ahora en la butaca con la respiración acelerada. Está en medio de un incendio en el que puede oír el crepitar de las tejas y distinguir el olor a madera quemada. Pese a ese abismo de humo negro que se divisa en una esquina de la pantalla, el proyector sigue exhibiendo las películas que el crío guardó en la cabina de la memoria mucho antes de que aquel coloso humilde fuera abrasado por las llamas.

     El hombre se despierta asustado, mira su reloj de pulsera (han pasado treinta años), sale de la sala y se pierde entre la niebla desvaída del tiempo. Dentro, el león y los cachorros siguen rugiendo. No hay quien pueda con los buenos.

     (Diario de Cádiz, 14 de febrero de 2014)

MACHADO EN EL PUERTO

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     El pasado sábado se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio Machado. Llegó a la frontera francesa al anochecer de un 27 de enero de 1939, desfallecido y gravemente enfermo, huyendo del fascismo analfabeto y cuartelero de los que se autoproclamaron nacionales, él, nuestro poeta nacional por excelencia, referente moral e intelectual de la España más decente. Lo acompañaban su madre, Ana Ruiz, de 88 años (¿cuándo llegaremos a Sevilla?, preguntaba la anciana), su hermano José y la esposa de éste. Como no tenía dinero para abonar la pensión, se ofreció a pagarle a la casera en poemas. Falleció en Colliure, a las cuatro de la tarde del 22 de febrero de 1939. En un bolsillo de su viejo gabán apareció un trozo arrugado de papel con su último verso: "Estos días azules y este sol de la infancia". Su madre murió, también de pena, tres días después.

     Según cuenta el perito en poetas Paco Arniz, hay constancia documental de que Don Antonio estuvo en El Puerto al menos en dos ocasiones. La primera, en octubre de 1915, para asistir como testigo a la boda de su hermano Francisco, funcionario de prisiones destinado en nuestra ciudad, con la portuense María de las Mercedes Martínez López, en la parroquia de San Joaquín. La pareja vivió en el número 76 de la calle Cielo durante dos años, hasta que se trasladaron a Cartagena. La segunda, en junio de 1916, invitado al bautizo de su sobrina, Ana Eulalia María de las Mercedes. La abuela Ana fue la madrina. En esta segunda visita, que se prolongó por espacio de un mes, el poeta aprovechó para reencontrarse con un mar que no había vuelto a ver desde niño. "Si quieres saber algo del mar, vuelve otra vez, un poco pescador y un tanto pez", dice uno de los versos del único poema datado aquí, Apuntes, parábolas, proverbios y cantares.

     Me gusta pensar que fue feliz entre nosotros. Lo imagino de paseo por nuestras calles, tocado con su sombrero y esa sonrisa tímida y plácida con la que aparece en los libros, disfrutando en familia de esos días azules. En una foto que nunca le hicieron puedo verlo asomado a la ventana del número 76 de la calle Cielo, contemplando, con la mirada limpia de los hombres buenos, ese sol de la infancia.

     (Diario de Cádiz, 28 de febrero de 2014)



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