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MUÑOLI

Tal vez porque nació en plena guerra civil y en la calle Santa Clara, esa delgada línea roja que, en cuesta arriba desde Cielos al cementerio, comunicaba El Puerto de los vivos con el de los muertos (morirse entonces era “irse pa Santa Clara”). Tal vez por eso, porque la parca era una vecina mayor más, enjuta y de lutos rigurosos, como tantas del barrio, el niño Antonio supo desde muy chico que la vida iba en serio. “En El Puerto había entonces cientos de muertos vivos… En La Placilla, en el mercado de abastos, la gente se arrastraba por el suelo pidiendo”, tiene escrito en su libro Paisajes y Paisanajes.
Muñoli pertenece a una generación a la que no le cabía el hambre en la boca, hombres y mujeres que crecieron con el porvenir torcido y el estómago agilao. Asegura que se alimentaba de flores y que “consumía mucho paisaje”, que es la forma poética que tiene de decir que pasaba más tiempo en la calle que los chinos peluos. Aquellas tardes pardas y frías de la posguerra las consumió pegado a una farola, escuchando a los chavales más mayores contar historias populares de palacios encantados y arboledas perdidas en la bruma amarilla del tiempo. Confiesa que, pese a todo, fue un niño feliz.
Tal vez por eso, y tal vez también porque los jesuitas le enseñaron que ser buen cristiano es no resignarse a que cuando uno muera el mundo siga como si uno no hubiera vivido, el caso es que este hombre no ha parado, como un sereno amable e ilustrado, de encender las luces de las farolas de la razón, la cultura y la buena vecindad. Muñoli ha dado letra y orgullo cívico a los de abajo, a aquellos que, como él, se ganan a diario su culpa o su inocencia con el sudor de su frente. Y lo ha hecho aquí, rescatando del olvido la intrahistoria más humilde y decente de esta vieja ciudad nuestra de marineros en tierra y arrumbadores sin botas. Antonio Muñoz Cuenca es El Puerto y El Puerto es Antonio Muñoz Cuenca.
El niño moreno de Santa Clara presentó la semana pasada un nuevo libro, Relatos Portuenses, un homenaje entrañable a sus hijos literarios más raros, anónimos y libres, nuestros clásicos populares de toda la vida de Dios y de Menesteo. Un autorretrato colectivo muy recomendable para conciencias adormiladas y memorias agilás.
(Diario de Cádiz, 10 de octubre de 2014)
PERDER LA CONCIENCIA

José Ángel Fernández Villa, ex líder minero, ex sindicalista, ex socialista y ex pobre, sigue ingresado en un hospital de Asturias con “síndrome confusional”, un trastorno mental que produce una alteración del nivel de conciencia. Dicen los médicos que es consecuencia del estado de agitación y desorientación que presenta desde que supimos que guardaba en su cuenta proletaria de ahorro un pico de 1,4 millones de euros. Como desde entonces no ha dicho ni mu, desconocemos si el dinero fue recaudado por la caja de resistencia de alguna huelga o es el montante de un fondo de solidaridad para ayudar a los compañeros a los que la mina les encharcó los pulmones de silicosis. El caso es que El Jefe, tal como se le conoce entre los suyos, ni sabe ni contesta. Igual cuando recupere el habla nos cuenta que, como le pasó a Ana Mato con el jaguar de su marido, no sabía que tenía aparcado el parné en el garaje de su casa, arrumbado entre las fotos en Rodiezmo con Alfonso Guerra, el megáfono de las manis y la cassette de La Internacional.
Mientras escribo esta columna, leo que los ex secretarios de UGT Andalucía, Francisco Fernández Sevilla y Manuel Pastrana han sido imputados por el fraude de las facturas falsas relacionadas con las subvenciones recibidas por los cursos de formación. De momento, ninguno ha ingresado en ningún sitio, aunque la esposa de Pastrana ingresó hace unos años en la Administración pública andaluza por la cara, sin pasar por la preceptiva oposición. Una plaza de laboral para toda la vida, como los sueldos de Nescafé. Ella también se asomó un día al garaje y vio que de la vieja multicopista que décadas atrás anunciaba la revolución salía un contrato indefinido. Como aquí hace más de treinta años que tomamos el Palacio de San Telmo, ya no tiene sentido agruparnos todos en la lucha final. Con agruparnos los nuestros en torno a la hucha familiar es más que suficiente.
Síndrome confusional, qué gran metáfora para retratar la patología social de una izquierda opaca que vivió por encima de sus sensibilidades y olvidó el legado ético de tantos militantes que dieron su vida por una sociedad más justa y decente. Esos que no perdieron nunca ni la conciencia ni la vergüenza.
(Diario de Cádiz, 24 de octubre de 2014)