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EL TEJA

La mañana de noviembre de 1975 en la que un señor con orejas de soplillo salió en la tele con el puchero puesto diciendo que el Excelentísimo la acababa de espichar, el Teja ya estaba allí. Allí es en la calle Recta, más concretamente detrás del mostrador del sindicato, que entonces se llama Promoción Profesional Obrera, el PPO para los amigos. Luego lo rebautizaron como SEAF-PPO, que parecía un modelo de coche en vez de un sindicato en condiciones.
A finales de 1978, los ecos de sociedad del BOE informan que el Ministerio de Trabajo ha visto bendecido su hogar con el nacimiento de un hijo, el INEM, aunque para los vecinos del lugar es niña y su nombre es la Iné. El Teja y el mostrador son ya una pareja consolidada, una unidad de destino en lo laboral. Del melancólico destino que asola a los hombres que pasan los lunes al sol de la Ribera y que llegan al mostrador hablando como si fueran niños: una preguntita, un trabajito, una paguita.
En la primavera de 1994, la Iné se traslada a la Avenida del Descubrimiento. El Teja y el mostrador van abrazadísimos los dos en el camión de la mudanza. En mayo de 2003 se traspasan las políticas activas de empleo a la Junta. La Iné, como la niña de Julio Iglesias, se ha hecho mujer, y se acaba de independizar del SAE. El SAE es una oficina modernísima, con más pantallas que un aeropuerto, y que va a acabar con el paro por los siglos de los siglos. En el mostrador del Teja, sin embargo, se sigue llamando, como toda la vida de Dios y de San Pancracio, al sindicato sindicato, al suicidio suicidio y al cartón del paro cartón del paro.
Ha llovido mucho desde aquella mañana de julio de 1975 en la que el Teja se colocó detrás de un mostrador para toda la vida. Detrás del mostrador se casó, tuvo dos hijos y unas cuantas motos, fue perdiendo pelo y ganando trienios y hasta salió en la televisión. Quien no ha visto al Teja una mañana en la oficina del paro no sabe lo que es una mañana en el paro.
Un rumor no confirmado asegura que se ha jubilado. Que una tarde de marzo le dio la vuelta al mostrador, le acarició el lomo y se despidió emocionado del que fue carne de su carne, de cintura para abajo, durante más de 40 años. Un mostrador que es el mismo mostrador pero que ya no es el mismo.
(Diario de Cádiz, 8 de abril de 2016)
LEER Y ESCRIBIR

Dice San Juan en su Evangelio que al principio fue el verbo. Antes del verbo estaban el cielo y los mares, la luz sin recibos, el maldito polvo de los ácaros, el huevo o la gallina, los domingos con todo cerrado, los pictogramas de Panamá... Pero como nadie sabía cómo nombrar todas esas cosas, no existían. El lenguaje es el primer inventario en condiciones que se hizo en el universo.
Claro que, al principio, que San Juan me perdone, más que el verbo fue el sustantivo, ¿no? Puede que el hombre fuera de ciencias y se liara un poco con la metáfora. No es lo mismo la oración cristiana que la oración gramatical. Y, además, dependería también del lugar. En Galilea, por ejemplo, fue primero el gentilicio y luego el adjetivo: “¡Romanos, cabrones!”. Y en la selva, primero fue el pronombre y luego el nombre propio: “Yo, Tarzán; tú, Jane”.
Bueno, da igual. El caso es que al verbo bíblico le siguió después el verbo laico que se hizo carne en los delirios caballerescos de un viejo hidalgo y su compañero de fatigas. Vinieron luego otros verbos maravillosos que nos contaron la infidelidad atormentada de Madame Bovary; el despertar aterrador de aquel gris comerciante de telas que un día amaneció convertido en insecto; la incesante búsqueda del tiempo perdido de Proust; el triunfo del amor para toda la vida en aquellos oscuros tiempos del cólera...
Leemos y escribimos porque seguimos siendo niños con la merienda en una mano y el lápiz en la otra que buscan una historia que poner debajo de la palabra Redacción del cuaderno de Lengua. Sí, nos hacemos mayores, pero en el fondo somos todavía aquellos mocosos que esperan con ansiedad otro cuento porque necesitamos la ficción para encontrarle sentido a la realidad. Vivir es ir contándonos historias. Ser persona es tener una historia que contar.
Leemos y escribimos para inventar un mundo y recrearlo. Como terapia para sobrevivir a esta tragicomedia humana en dos actos que un día tuvimos que salir atropelladamente a interpretar. Mientras fabulamos, dice Rosa Montero, la muerte no existe y somos intocables y eternos.
Leer y escribir es compartir con otros el miedo a quedarnos solos con nuestra felicidad y con nuestro dolor. Una manera hermosa, modesta y digna de estar juntos en el mundo.
(Diario de Cádiz, 22 de abril de 2016)
CIEN AÑOS DE SOLEDAD TRIPARTITA

Muchos años después, frente al pelotón de la cola del paro, algunos miembros de la familia Del Álamo Aceituno-Hernández habían de recordar aquella sobremesa remota en la que quedaron para comer juntos en la feria. Fue, según cuentan las hemerotecas, un 28 de abril de 2016. Hay incluso imágenes grabadas por 11500elpuerto.es, aquella empresa de comunicación que a raíz de la invasión amarilla fue absorbida por 不可思議elpuertodepekin.es. En ellas se puede ver al entonces alcalde clausurar, en una ambiente festivo, el pleno de esa mañana. “Somos más de veintitantos y nos vamos a la feria”, dijo antes de recordar a toda la corporación que la cita era a las dos de la tarde en la caseta municipal.
La rama de los Del Álamo fue la primera en llegar al Real. En cuanto se bajaron del autobús de campaña (2016 fue un año en el que la gente votaba y se rebotaba casi todas las semanas), empezaron a repartir bocadillos. La Tere, nada más enterarse, salió fuera de sí y de su tartana y les acusó airadamente de competencia desleal. “Tiene narices que hayáis pactado con los del Ibex 35, aunque no os haya servido para nada, y que ahora que estáis otra vez pidiendo el voto os hagáis los rojazos renegando del libre mercado y boicoteando mi derecho a vender bocadillos como me de la gana”. Eso les dijo. Como todavía quedaba más de media hora para el almuerzo, para hacer tiempo, Angelito, el cuñado guaperas, se dio un homenaje a sí mismo de esos que tanto le gustaban. Selfies bailando sevillanas corraleras con su sombra, selfies sacando la cabeza por arriba del toldo del gusano loco, selfies en los espejos de la risa (que lejos de desfigurarlo como al resto de los mortales lo hacían todavía más bello)…
Llegaron luego los Aceitunos, que venían en romería desde la Zona Norte, donde habían celebrado una asamblea ciudadana alternativa para pedir el cambio de nombre de la manzanilla Maruja. A juicio de esa parte de la familia la denominación de origen daba una imagen doblemente estereotipada de la mujer. Por un lado el sustantivo manzanilla, que recordaba, encima con un diminutivo intolerable, la fruta que sirvió de coartada para prefabricar el mito machista de Eva y su juicio sumarísimo por el pecado original. Y por otro, el nombre propio Maruja, que el diccionario de la RAE define de manera claramente despectiva como ama de casa sin dedicación profesional a otras actividades. “Desde la Zona Norte, yo vengo andando, y los pasos que doy los voy contando, mientras levanto El Puerto de arriba abajo”, cantaban juntos cuando pasaron con el puño en alto por la portada. Fue entonces cuando un viejo filósofo del vino les dijo haciendo eses: “A ver si lo estáis levantando por donde no es”.
Los últimos en aparecer por la caseta municipal (hoy, bazar chino “Lebu-Hito”), con casi una hora de retraso, fueron los Hernández. Le echaron la culpa de la demora a los niños, que es a quienes, más allá de ideologías, se les echa siempre la culpa de todo. Por lo visto, al pasar por delante del puesto del algodón empezaron a patalear pidiendo que les compraran uno. Pero una marxista de la corriente Groucho les explicó que el algodón es la metáfora de una sociedad blanda y empalagosa, que el dulce es un sabor que debe probar lo menos posible un militante de izquierdas y que el rosa ha hecho muchísimo daño en la publicidad sexista, además de ser el color de los capotes taurinos. Uno de los chiquillos preguntó si podían pedir una lechuga verde esperanza cultivada en una cooperativa ecológica, condimentada con mucha sal y mucho vinagre para tomar conciencia a través del gusto de la aspereza de la vida, lo que fue celebrado entre los mayores al grito de ¡sí se puede, sí se puede!.
Al principio, cuando los gañotes no estaban aún los suficientemente lubricados por el caldo de la uva, la temperatura emocional del almuerzo fue la mar de agradable. Que si volvían a gobernar juntos la feria iba a ser gratis para todo el mundo. Que si se iba a prohibir la pesca de patitos hasta que todos fueran declarados iguales y valieran los mismos puntos. Que los megáfonos de las tómbolas podrían ser municipalizados para convocar un círculo urgente en el propio recinto ferial. Que con ellos en el gobierno siempre iba a haber luz al final del túnel del tren de los escobazos… Pero de pronto, una señora de la rama de los Aceituno, que se había tomado ya unas cuantas a la salud de la revolución, recriminó a los Hernández su impuntualidad, y todo se torció. “El agua de pozos dulces está contaminada por la traición imperdonable de algunos en la causa de los aparcamientos”, espetó uno antes de elevar el brazo cogiendo postura para hincarse un pimiento frito. “De todo hay en Las Viñas del señor concejal de Medio Ambiente”, insinuó otra, imitando con muy mala leche a un perro abandonado. “Hay que ser muy macaco para dejar que los del Monkey se escaparan a Sevilla”, gritó un modernillo antes de hacer mutis por el foro del retrete. “En el video que se mandó a Fitur El Puerto parecía Comala, el pueblo fantasma de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo” sentenció un cargo de confianza muy leído mirando al tendido.
El caso es que aquel almuerzo acabó como el rosario de la Aurora y el de la Prioral juntos. Como terminan todas las comidas familiares, las de sangre y las políticas. Fue hace 40 años y fue la última que juntó a toda la familia Del Álamo Aceituno-Hernández. Algún anciano del lugar también recuerda, aunque de eso no hay constancia en las hemerotecas, que en aquella feria también vio a los Candor-Ovejero Coronita recoger firmas en la pizzería Blanca Paloma para hacer a la Virgen del Rocío concejala perpetua de Fiestas.
Lo dejó escrito García Máiquez (Enrique), hace años, en una de las quince columnas diarias que a día de hoy, 1 de mayo de 2046, sigue publicando en el Diario de Shan-cai: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad, aunque sea en un tripartito, no volverán a tener una segunda oportunidad sobre la tierra que un día fue de Menesteo y hoy es de la dinastía Shangdi Cruzcampo”.
(Diario de Cádiz, 1 de mayo de 2016)