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QUÉ MIRAR, DESDE DÓNDE MIRAR

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     A mi amigo Fidel Raso le han otorgado hoy el premio Manu Leguineche de Periodismo, y yo, que tengo vocación de admirador nato, no quepo en mí de gozo. El pasado verano me enseñó, como el que muestra el mapa del tesoro de la felicidad, la dedicatoria que le hizo Leguineche en un ejemplar de  El camino más corto, probablemente el mejor libro del mejor reportero español del siglo pasado. Que el galardón lleve el nombre de su maestro es una prueba irrefutable de que a veces, algunas veces, el destino hace bien su trabajo.

     Porque Fidel, hay que decirlo aunque él se ruborice al leerlo, es un dignísimo discípulo de Manu. Los dos han cultivado con esmero y decencia los valores fundamentales que deberían figurar en el ADN de todo periodista: curiosidad por contar las historias de los que sufren la Historia, un compromiso ético y militante por sacar a la luz los desmanes del poder y una infinita compasión por los desposeidos. Su pluma y su objetivo se han adentrado siempre en la espesura. La verdad no se ve nunca a primera vista. Hay que ir a buscarla con profesionalidad y honradez. En un mundo, el del periodismo, de egos revueltos, Fidel es uno de esos tipos que certifica que se puede tener talento y ser decente al mismo tiempo. 

     Natural de Sestao, cosecha del 53, mi amigo ha hecho guardia en las peores garitas. Ha cubierto la inmigración en el sur de Europa, las fronteras de Ceuta y Melilla incluidas. Estuvo en el derrumbe del Muro de Berlín, en la primera Guerra del Golfo y en las primeras elecciones democráticas en la URSS. En los años 80 y 90 trabajó para Diario 16 investigando el terrorismo de ETA y el terrorismo de Estado de los GAL. Ha gastado suelas y carretes en Jordania, Israel, Turquía, la frontera de Siria y el territorio kurdo. Ir, ver, volver y contar, resistiéndose al deseo de olvidar y de aceptar la versión oficial de los hechos, a eso ha dedicado el soldado Raso los mejores años de su vida profesional. Qué mirar y desde dónde mirar, esas han sido para él las dos únicas preguntas importantes a la hora de ejercer su oficio.

     Ahora mira al mundo y a sus víctimas (y se mira también a sí mismo en los ojos de su compañera Tamara Crespo, otra periodista de raza), desde la garita luminosa de su librería Primera Página, en Urueña (Valladolid), la única Villa del libro de España. “Solo espero que la eternidad sea una interminable vuelta a un mundo en paz, aunque lleno de aventuras”, dejó dicho Manu Leguineche cuando se acercaba al final de su vida, ese camino tan corto. Seguro que hoy habrá hecho una paradita, en cuanto recibió el teletipo, para brindar, como he brindado yo esta noche, por Fidel y su pasión por mirar y contar lo que se nos quiere ocultar.

ORGULLO Y PREJUICIOS

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     Soñé que llegaba al gimnasio y estaba cerrado por defunción. Me asusté pensando que algún conocido pudiera estar de cuerpo presente de una forma menos saludable que la que nos congregaba allí cada tarde, criando malvas en lugar de cultivando abdominales. No somos nadie y en calzonas menos.

     Enseguida llegó un grupo numeroso de usuarios y desplegó una pancarta. “La carne es débil, pero la mente lo es más”, podía leerse. El líder era un tipo con el que me cruzaba algunos días y que me caía fatal. Llevaba la cara taladrada de argollas, lucía tatuajes hasta en el MP3 y siempre me lo imaginaba escuchando a Andy y Lucas mientras se machacaba los bíceps haciendo pesas. Le pregunté, con el orgullo vano del que se cree superior intelectualmente, que de qué iba aquello: “Protestamos por la muerte de la Filosofía. Y estoy aquí en mi doble condición de seguidor de Aristóteles y de culturista. Me duele en el alma y en el cuerpo, que son, como dijo el Estagirita, una unión sustancial, a partes iguales".

     Un veinteañero con gorra y una mochila a la espalda, con pinta de haber exterminado a varias generaciones de Pokemons, también tomó la palabra: “Yo soy más de Plutarco. Creo que lo que logramos internamente termina cambiando nuestra realidad exterior. Todo está permitido si dejamos de usar ese tonificador ético que muscula el alma y, por ende, transforma la vida".

      Un tipo de casi dos metros de alto y de ancho, depilado de las cejas a los tobillos y que llevaba una camiseta de Sergio Ramos, expuso con la voz entrecortada que cada vez que cogía de su biblioteca un libro de Santo Tomás, se le transustancionaba el alma, se le transustancionaba. Eso dijo. Algo parecido a lo que le pasaba a Rocío Jurado, pensé avergonzado por no estar a la altura.

      Una monitora de zumba, que llevaba una recreación del mito de la caverna repellada en un gemelo, confesó entusiasmada lo que había cambiado su existencia desde que, gracias a Platón, se había mudado del mundo de lo sensible al mundo de las ideas. “Es un barrio más seguro y en el que se sufre menos”, sentenció aeróbicamente.

     Me desperté cuando la señora de la limpieza, que también había acudido a la protesta, disertaba sobre la mayéutica de Sócrates. De camino al baño, a oscuras, pensé en el mundo sensible de Sócrates, pero la idea de Sócrates me lo reveló trazando diagonales imposibles en el centro del campo del Brasil del 82.

18/10/2016 19:17 Pepe Mendoza #. ORGULLO Y PREJUICIOS No hay comentarios. Comentar.


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